Cipriano, de Arizaleta a Quiñihual


Carta de Adolfo Marcalain a Marina Marcalain, en referencia a la travesía de Cipriano desde Arizaleta a Quiñihual.


Hola Marina: Empiezo a relatarte las peripecias del tatarabuelo de tus hijos, Cipriano Marcalain, nacido en Arizaleta, Navarra, España, el 26 de septiembre de 1857; o sea, 101 años mayor que su nieto mas chico, o sea, yo.

En ese pueblo que era un caserío de unas 20 o 30 casas, algo desperdigadas, con un grupo más unido cerca de la iglesia, como no podía ser de otra manera. Tenía unas casas adaptadas al riguroso clima de montaña, cerca de los Pirineos, por lo tanto a las paredes de piedra. Había que ubicar en la planta baja un lugar para los animales, para que pudieran resistir los durísimos inviernos; en el siguiente nivel, la morada de la familia, con piso de madera con hendijas para que pase el calor de los animales, y un efecto colateral, también olores. Y en la parte superior estaba el granero para las provisiones de los animales y a la vez como aislante del frío. Ante este panorama imaginate que cuando la familia se hizo grande no se podía hacer un cuartito al lado, entonces Cipriano pasa a dormir a la casa de un tío (no se cuál). Como todas la reparaciones de la casa se hacían por los que allí vivían, se aprendió una variedad importante de oficios.

Cuando el abuelo Cipriano tenía 14 años una fracción de combatientes de la Guerra Carlista (Guerra Civil por el poder en España) toman parte del pueblo, precisamente donde estaba Cipriano. Como era de contextura chica lo ponen con una especie de corneta con la que daban las ordenes “para atacar”, “para reagruparse” etc. Una noche atacan el campamento, y el abuelo huye asustado. Cuando se encuentra con el jefe, éste le ordena que vaya a buscar la corneta, sino lo fusilaba… Si iba a buscarla lo fusilaban los otros, si se quedaba lo fusilaban los propios; así que, sabiendo que por los Pirineos tenía un tío decidió irse, cruzar, no las Sierras de Tandil, sino ni más ni menos que los mismísimos Pirineos. Tardó tres días en llegar, sobreviviendo al frío, al hambre, a los lobos, a los osos y a los que cazaban a los desertores. Y Cipriano llegó.

Imaginate que en esos páramos una “boca” más es mucho, así que lo pusieron en un barco y lo mandaron a América; no a un lugar en especial, se lo sacaron de encima, a donde cayera. Cuando llegan a las Islas Canarias, se quedan sin vientos Alisios, que son los que se dirigen de este a oeste por sobre y bajo el Ecuador; y los barcos, que por supuesto eran a vela, aprovechaban para impulsarse. Por lo que tienen que volver a España para reaprovisionarse. En este período una gallega le enseña a escribir y a leer. Esto le abre un panorama enorme al abuelo. Cuando llegan a Buenos Aires, porque allí se dirigía el barco, está los cuarenta días reglamentarios de cuarentena. No sé cómo se anoticia o lo mandan, eso no lo sé, que en la frontera había posibilidades. Entonces se va Dolores, que precisamente era la frontera.

Los primeros bebederos hechos de tronco ahuecado los hace el abuelo Cipriano, no se conocían los bebederos por acá. Se hacían quemando la madera y con una hachuela para ir ahuecándolos, y estos bebederos los canjeaba por ovejas para luego a éstas, canjearlas por un pedazo de campo. Recordemos que los campos en esa época no valían nada, y menos en la frontera. Los dos últimos malones que llegan a Buenos Aires, uno comandado por Manuel Namuncurá y el otro por (paradójicamente) Cipriano Catriel, pasan por Dolores; fueron en 1876 y el abuelo llega en 1878.

Mas adelante, transcurridos unos años y ya afincado, manda una carta a su familia en España solicitando que le manden… una vasca… Sí, así es como se vinculaban en esa época, y se la mandaron. Y, Marina, es tu bisabuela, Ubalda Irurzun. Con esta señora tiene ocho hijos: Nicolás (1886), María Magdalena (1888), Anselma (1890), Eusebio (1893) tu abuelo, Juan (1895), Victoria (1896), Benito (1898), y Clara (1902). El abuelo consigue darle estudios universitarios a todos los hijos varones, con lo que logran vincularse socialmente. Después que fallece Ubalda, varios años después, el tío Benito deserta del Ejército. Dicen las malas lenguas que tuvo un romance con la señora de un teniente y al “gorreao” (palabra cordobesa que significa cornudo) no le gustó. El tío Benito huye al Paraguay; sus hermanos mayores están  ya metidos en política y consiguen un indulto.

El abuelo se casa nuevamente, con Rita Sayago, mi abuela, y se va al Paraguay a buscar a su hijo. No había internet, ni teléfonos, ni nada; había que rastrearlo como se pudiera. Primero compra un almacén en Ypacaraí y luego un campito. Tiene ahí tres hijos: Mario (1919), Cipriano (1921) mi papá, y Rita (1922). Fallece Rita, y se viene con sus tres niñitos y el tío Benito. En carreta desde Ypacaraí hasta Asunción, de ahí en barco hasta Resistencia en el Chaco; de ahí en el tren de La Forestal hasta Rosario, y desde ahí hasta Quiñihual en carreta. Tres largos meses.

Por eso, Marina, ves que pudimos ser cualquier cosa. Por eso me gusta lo que estás haciendo. La familia es lo que tenemos adentro, lo que nos une, las cosas que nos hermanan. La identidad es la que uno quiera darle. De ese vasco que salió analfabeto de España llegamos a esto. Y es lo maravilloso. Ahora tenés un poquito más para contarle a tus hijos. Espero que lo disfrutes, lo divulgues y lo cotejes, porque estos relatos, como te dije antes, los saque de mi viejo, del tío Benito y del tío Juan. Sé que Jorge sabe bastante pero no he tenido la oportunidad de charlar con él.

(...) Bueno Marina: Te mando un beso así de grande. Dale un beso a Rocío.

Quiñihual

Detuvo el indio su corcel de guerra
mirando a todos con altivo ceño.
Plantó un extremo de la lanza en tierra
con gesto torvo y ademán zahareño.

Y dijo el lenguaraz: “Hemos vencido”
y es nuestro ahora, tu nativo suelo.
“Serás esclavo, donde Rey has sido”.
Nada dijo el cacique miró al cielo.

Con las manos privadas en los grillos
Quiñihual el cacique meditaba…
Los blancos festejaban la victoria.

Y fue entonces: rompiendo los anillos
que alzóse el indio de la raza brava
y ante los blancos se mató con gloria!

Quiñihual, 1918

Trencarreta

Penacho de humo parduzco,
crujir de vagones viejos,
tren de ramales perdidos
desvencijado y maltrecho,
por mi ventanilla abierta
entra a retazos el cielo.
Un pentagrama de pájaros
forma la red del telégrafo,
más allá los sembradíos
y los ganados paciendo,
el árbol, las alambradas,
molinos y abrevaderos,
las casas de las estancias
con sus colorados techos;
por ahí un gaucho a caballo
y a sus garrones un perro,
alfalfares de invernadas,
parvas de trigo harinero,                           
y algún festín de caranchos
sobre una vaca pudriéndose.
Todo lo observo al pasar
con sus matices más ciertos,
sin prisa, como este tren,
que me lleva lejos, lejos...
                      
Llanura, siempre llanura,
confín lejano sin término,
caseríos del camino,
estaciones del trayecto,
señales sin vía libre,
demoras hasta el bostezo.

En los andenes presencia
heterogénea de pueblo,
la autoridad con charrasca,
paisanos de rostros recios,
portafolios de un viajante,
boina de un vasco tambero.
Y unas muchachas que pasan                   
juntas del brazo riendo...

Y así hasta que la campana
pone el tren en movimiento,
quedan detrás los adioses,
las alas de algún pañuelo,
que en todas las estaciones
hay siempre flotando un dejo
de tristeza, que se expande
con cada tren en partiendo.
No me duelen, sin embargo,
las horas que andando llevo,
me hundo en mi fondo abismal
y allí entre sueños me quedo,
recordando mis andanzas
entre oficinas y rieles.

Aquellos felices tiempos,
que conocí a la Victoria
en campos quiñihualenses.
Ella tan guapa y tan buena
que era una flor entre breñas.
Nos vimos y nos quisimos
y enlazamos nuestras vidas
con bendiciones del cielo.

Don Cipriano y doña Magda,
padre y hermana de ella
nos dieron una gran fiesta,
y allí pitaban los trenes,
porque se casaba el Jefe.
Maquinistas y foguistas,
auxiliares y cambistas,
nos hurraban de contentos,
y el paisano don Arturo
nos dió un abrazo fraterno.

Yo era Jefe de estación
y ahora de familia era;
cargué responsabilidades
-para mí fueron placeres-.
Y nos vinieron dos hijos,
y por adopción otra nena,
que alegraron nuestras vidas
sin dejar nacer las penas.
Los hijos se hicieron grandes;
los hijos nos dieron nietos,
aumentando nuestras dichas,
pero ...vinieron las penas,
porque a la pobre Victoria
la llevaron a los cielos.
Ella que alegró mis días
se fue para no volverse.

He venido para España
porque a España mucho quiero,
y quise pisar el suelo
donde mis padres murieron,
donde corrí de pequeño
y empecé a amar a los trenes;
los bufantes trenes brujos
que hacen rechinar los rieles,
y se paran y deslizan
como majestuosas sierpes,
que van tragando horizontes
por campiñas, valles, puentes
y lugares montañosos
donde se abren como cuevas,
los túneles horadantes
de las imponentes sierras.
Bocas que a trenes humeantes
reciben como a sus presas;
ya sean veloces “rápidos”
o los más lentos “cargueros”
que allá en su seno se pierden.

Cuando vuelva a Buenos Aires,
tomaré mi tren carreta,
y recorreré las pampas
con paisajes diferentes.
Hallaré todo cambiado,
según tengo referencias,
que el progreso –no en vano–
cambió la quietud del tiempo.
Hallaré a mis hijos guapos,
trabajando en sus quehaceres
y a mis nietas queridísimas,
crecidas y pizpiretas.

Pero en el fondo de mi alma,
hallaré a mi tren carreta,
tal cual yo lo dejara
en otros lejanos tiempos,
comiéndose las distancias,
despacio y con traqueteos,
con sus mechones humeantes
y sus pitadas de fierro.
Y al descender en mis pagos,
allá en la Argentina tierra,
y comparar a sus trenes
con los hispanos expresos,
pensaré que son mejores,
más humildes y modestos,
más sencillos y sufridos,
aquellos trenes carretas,
que yo guardo en mis recuerdos
como preciado trofeo.

Ellos cruzaron los campos,
cuando éstos eran desiertos,
sembrando civilización
a los costados é los rieles,
y yo los llevo en el alma,
bien grabado en mis recuerdos,
junto a la imagen querida
de mi noble compañera,
ferroviaria ella también,
por puro amor a los fierros,
y a su esposo y a sus hijos
que en “Estaciones” crecieron.

Arreglo de Benito Marcalain sobre versos de R. Cárdenas Behety, ubicándolos en boca de don Matías Gómez

La Carreta

Ahí está la carreta a la intemperie...
en silencio, con las varas en alto.
Como si después de la jornada,
se hubiera puesto a estirar los brazos!


Todavía conservan sus maderas,
a pesar de la lluvia y los años,
rastros del color de la bandera,
de su caja a lo largo,
para que desplegada pareciera
en su lento rodar, por esos campos!
Lujo y honra del dueño que tenía
en el tiempo difícil, del pasado.

Carreta que llenaba de rumores,
la quebrada serrana y el hueco del barranco
y trazaba su propio itinerario
con el rudo paralelo del rodado,
desde el punto lejano del desierto,
hasta el lugar poblado.

Las heladas más crudas del invierno
y los soles más fuertes del verano,
la encontraron siempre en el camino
lentamente rodando
entre nubes de polvo blanquecino
o sus llantas hundiéndose en el barro.

En cada amanecer, volcó el boyero
la triste melodía de sus cantos
y en cada anochecida, era una estrella
la escondida lumbre del cigarro.
Nunca olvidó de soliviar tu carga
en el recio madero del “muchacho”.

Hoy que nadie se acerca a tus maderos
que se van cayendo de a pedazos,
yo me siento boyero, en tradiciones
y ato mis recuerdos a tu carro
para andar largo a largo ese camino
que va desde el presente hasta el pasado!

Al lado mismo de tu vieja rueda,
cuando el sol se hubo puesto en el ocaso,
encendí las llamas de tus propios leños
para beber, ansioso, un mate amargo
y rendirlo a lo criollo, en esa ofrenda
mi noble admiración a tu trabajo!

Adivino, Carreta, el gran secreto
que los soles y lluvias han borrado.
Tú tendrías el nombre más bonito
de la criolla más linda de algún pago!!
Como era uso de aquellos carreteros
de decires cortos y de amores largos.

No ha quedado ninguna de las letras
ni casi nada del azul y blanco.
Pero es mejor así, porque estas cosas
hoy sólo sirven para soñar un rato.

Y es que espero viajando ver un día,
en la puerta o ventana de algún rancho
a la moza de trenzas renegridas
que en cada atardecer, está esperando,
el retorno del boyero alegre
que con su nombre, bautizó su carro!
…El que llegaba siempre, repechando leguas
a entregarle su amor y sus encargos!

Por la vieja carreta de Magdalena en Quiñihual