Arriero de Fantasías

Los campos de mis mayores
hace tiempo se vendieron,
por escritura... son de otros,
pero... por amor... son nuestros!

Suelo llegar a esos campos
por rastrilladas de ensueños,
a revisar el ganado
invernado en los recuerdos.

Tengo una llave maestra
que abre tranqueras al tiempo.
Y salgo de recorrida
en redomones de viento.

Galopo a los cuatro rumbos,
y la tropilla que llevo
le pone pulso a la noche
con el latir del cencerro.

Cruzo y recruzo los campos,
sin que se quiebre el silencio,
que, en chistidos, la lechuza
reclama a cada momento.

Mi poncho lo ha humedecido
y perfumado, el sereno,
y lágrimas de rocío
se deslizan por sus flecos.

Nadie sabe cuando parto;
ninguno advierte, si llego.

Por las estancias que cruzo,
los vecinos están ciegos,
y no saben, ni adivinan,
por qué aúllan los perros.

Los fantasmas de la noche
trabajaron de aparceros,
para formar a la tropa
que arreo, cuando regreso.

Ganado flaco de penas
que quiero engordar de nuevo,
en potreros de esperanza,
donde no existe el invierno.

Silencioso andar de sombras,
con una sombra por dueño,
y un destino... tan lejano
que se pierde entre los tiempos.

Andar... Andar en la noche,
bien entablado el arreo,
y ver cómo se dispersa
al madrugar el lucero.

La realidad nos alumbra.
¡Las jornadas se cumplieron!

Transparentes en la luz,
desensillan mis reseros.

Arriero de fantasías,
es el oficio que tengo.
Y para andar por la vida,
entre dormido y despierto,
hallar los vados del río,
y cruzar campos abiertos,
¡debo tener en la sombra,
por lazarillos, mi sueños!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es bellísimo este otro verso de Juan Marcalain !!!